lunes, 28 de octubre de 2013

Hoy tuve un sueño un rarísimo


Hoy tuve un sueño un rarísimo. A pesar de no haber acabado el grado todavía, imaginé que era ya un consagrado docente con más de quince años de experiencia. Supongo que anoche cené demasiado, pero he de reconocer que el tipo de clase que vi me dio esperanzas para seguir luchando por una educación más igualitaria y de mayor calidad. Deduzco que estaría  aproximadamente en el año 2030 ya que la tecnología había invadido por completo el aula.

Por un momento sentí alivio, aquellas leyes sin sentido de gobernantes guiados por intereses económicos no habían conseguido fraguar. Parecía que la propia sociedad se había revelado ante tanta insensatez y por fin se habían dado cuenta de que el dinero destinado para educación no era un gasto, sino una inversión. Esto se veía reflejado no sólo en la cantidad de herramientas electrónicas que estaban a disposición de todos en el colegio, sino también en la formación continua en nuevas utilidades y metodologías para hacer la educación más eficiente a la que estaban obligados los docentes por contrato y que formaba parte de su jornada laboral.

Pero el sueño no quedó ahí. De repente, me encontraba dentro de un aula con ocho alumnos (sí, habéis leído bien, ocho alumnos). Parecía que aquello no había sido nada excepcional, por lo visto no habían cogido veinte alumnos la gripe a la vez. Por su actitud, parecía que venían hasta motivados a la escuela. Sé que esto puede parecer raro, pero daba la impresión de que los niños creían que estudiar era divertido.

Ya no venían cargados de aquellas gigantescas mochilas completas de libros. Al llegar al aula cada alumno disponía de mini pantallas digitales interactivas cargadas de aplicaciones que precisaban interconectarse para trabajar en equipo. Los temas habían dejado de existir, ahora las pautas se medían en retos y todos los alumnos debían completar los objetivos de cada reto para darlo por conseguido.

La clase también había cambiado, ya no estaban aquellos tablones de corcho donde se colgaban con chinchetas los trabajos que se iban haciendo durante el curso. Aquellos paneles inertes habían desaparecido dando lugar a pantallas gigantes táctiles llenas de vida donde los alumnos podían recuperar cualquier trabajo o momento de su vida escolar. En ellas, podían compartir cualquier experiencia con todos los alumnos del colegio y recuperar modos de elaboración y desarrollo de otras actividades creadas por otros alumnos para continuar aprendiendo entre pares de una forma lúdica.

Los niños parecían iguales que los de ahora, pero la sociedad había cambiado bastante. Aquella forma de dar clase que yo aprendí como buena no funcionaba en este aula, con razón tenía que actualizarme constantemente. Los contenidos no habían sufrido grandes cambios, pero su organización a lo largo de la etapa escolar sí había cambiado considerablemente. Ya no se introducían 15 temas con embudo incrementando cada año su dificultad, ahora se pautaba el aprendizaje de forma experiencial. Los tiempos de aprendizaje habían cambiado, no hay duda, pero el resultado final parecía ser mucho mejor.

La comunidad educativa también parecía diferente. Las familias trabajaban todas a una con reuniones semanales con los tutores, todos aportaban ideas. Se implicaban en el aprendizaje de sus hijos, pero todo hay que decirlo, porque las empresas también consideraban la educación de los niños como algo fundamental y les daban facilidades horarias para atenderles.

Los maestros parecían haber recuperado aquel peso en la sociedad del que gozaban antaño. Atrás quedó aquella imagen del profesor vago que lo único que piensa es en sus largas vacaciones. Parecía que, por fin, la sociedad había vuelto a entender que son parte fundamental y que de su profesionalidad depende el futuro de mucha gente. Por ello, quizás, los procesos de selección de maestros se habían vuelto mucho más exigentes.

De repente tuve la sensación de yacer dormido sobre la mesa del profesor. En realidad, estaba amaneciendo y, tumbado sobre mi cama, un rayo de luz iluminó mi rostro. El móvil empezó a vibrar sobre la mesita, había llegado la hora de despertarse. Pronto me di cuenta que todo formaba parte de un sueño. Mi mente me había llevado a un lugar imaginario perdido en un espacio temporal indefinido. No sé qué lugar podía ser aquel, ni siquiera sé si pertenecía a este planeta. Pero no podía engañarme a mí mismo, tenía que ser realista y afrontar el presente. Había soñado con mi sueño.


2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu relato, y ojalá que en 2030 la educación al menos se parezca en algo a lo que has relatado, primordialmente el peso que la sociedad le dé a la educación y la integración de ésta en el aula de forma tan directa.

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    1. ¡Muchas gracias Clara! No olvidemos que somos nosotros quienes debemos propiciar este cambio. Me alegra que te haya gustado.

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